Amaos los unos a los otros

Amaos los unos a los otros

       

El Mandamiento Indispensable: Amarnos unos a otros según la Palabra de Dios

El sermón basado en la Primera Epístola de Juan, capítulo 4, versículo 21, presenta el amor fraternal no como una sugerencia o un ideal opcional, sino como un mandamiento divino esencial e innegociable para todo discípulo de Cristo. Esta enseñanza se desarrolla con profundidad bíblica y aplicación práctica, revelando las implicaciones, fundamentos y naturaleza transformadora del amor cristiano.

I. La Naturaleza del Mandamiento: Obediencia, no Opción

El texto establece claramente que «amarnos unos a otros» es un mandato explícito de Cristo («nosotros tenemos este mandamiento de Él«, 1 Juan 4:21). Esto lo distingue radicalmente de un sentimiento espontáneo o una mera recomendación:

  • Es una orden: «Un mandamiento no es una sugerencia… no es que si te cuesta no lo vas a hacer… es un requisito indispensable» para todo seguidor de Jesús. Desobedecerlo es desobedecer directamente a Cristo (Juan 15:17).

  • Su incumplimiento revela falta de amor a Dios: «El que dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso» (1 Juan 4:20). La obediencia al mandamiento del amor fraternal es la prueba tangible del amor hacia Dios (Juan 14:15, 21).

  • Es el sello distintivo del cristiano: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos a los otros» (Juan 13:35). El amor ágape es la marca de identidad pública del creyente.

II. El Modelo y Fundamento del Amor: Cristo y Su Sacrificio

El sermón enfatiza que el amor exigido no es genérico, sino que tiene un modelo perfecto y un fundamento divino:

  • El modelo supremo es Cristo: «Como yo os he amado» (Juan 13:34). El amor cristiano debe reflejar el amor de Jesús, caracterizado por la entrega total: «de tal manera que estuvo dispuesto a dar su vida por ti». Este es el «ferviente amor» (1 Pedro 4:8) que cubre multitud de pecados, como Cristo cubrió los nuestros en la cruz (Isaías 53).

  • El fundamento es el amor de Dios: «Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios… Dios es amor» (1 Juan 4:7-8). El amor humano hacia los hermanos es un reflejo y una respuesta al amor originario de Dios manifestado en la entrega de Su Hijo (1 Juan 4:10-11: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo… Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros»).

  • Es fruto del Espíritu, no esfuerzo humano: Este amor «ágape» (el amor divino, sacrificial e incondicional) no nace del mero esfuerzo humano, sino que es «fruto del Espíritu» (Gálatas 5:22) y ha sido «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Romanos 5:5). Es el Espíritu quien capacita para amar como Cristo amó.

III. La Evidencia de la Vida Transformada

El amor fraternal no es solo un deber, sino la prueba irrefutable de una auténtica transformación espiritual:

  • Prueba del paso de muerte a vida: «Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte» (1 Juan 3:14). La ausencia de amor evidencia una vida aún no regenerada.

  • Demostración frente al engaño: La epístola de Juan fue escrita en parte para confrontar a falsos maestros («anticristos») que decían conocer a Dios pero cuya vida negaba esa afirmación. Su falta de amor fraternal («aborrecían a los hermanos») y su amor al mundo (1 Juan 2:15) demostraban que «andaban en tinieblas» (1 Juan 2:9, 11) y no conocían realmente a Dios. El verdadero conocimiento de Dios se demuestra guardando Sus mandamientos, especialmente el del amor (1 Juan 2:3-6), y andando como Cristo anduvo.

  • Amor en acción, no en palabras: Juan exhorta: «Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad» (1 Juan 3:18). El amor genuino se manifiesta en acciones concretas y sacrificios por el bien del otro, no en meras declaraciones. Es un amor «sin fingimiento» (Romanos 12:9).

IV. La Calidad del Amor: Ágape frente a Carnalidad

El sermón contrasta el amor ágape con las imitaciones deficientes, usando el ejemplo de los corintios:

  • El amor carnal (Corinto): Entre los corintios había «celos, contiendas y disensiones» (1 Corintios 3:3). Su «edificio» espiritual se construía con materiales endebles como «madera, heno, hojarasca» (1 Corintios 3:12) – símbolo de un amor inmaduro, egoísta y centrado en partidismos («yo soy de Pablo», «yo de Apolos»). Este tipo de «amor» no resiste la prueba del fuego (las dificultades y pruebas de la vida).

  • El amor ágape (1 Corintios 13): Es el modelo a seguir: sufrido (paciente), benigno (bondadoso); no tiene envidia, no es jactancioso, no se envanece; no busca lo suyo propio, no se irrita, no guarda rencor; se goza en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta; «nunca deja de ser». Este amor, como el oro o la plata, resiste la prueba del fuego. Es el amor que lleva a amar incluso a los enemigos, como lo hizo Esteban al orar por sus verdugos (Hechos 7:60).

V. La Implicación Práctica: Esfuerzo y Dedicación

Reconociendo que este amor no siempre es fácil de practicar (humildad, mansedumbre, perdón, dominio propio, paciencia, tolerancia), el sermón insiste en que la dificultad no exime del deber:

  • «No porque nos cueste quiere decir que no lo debemos practicar… sino por el contrario significa que debemos esforzarnos por hacerlo».

  • Se invita a la autorreflexión: «Cada uno de nosotros sabemos cuáles son esas cosas que nos cuestan… que aún nos faltan… que requieren más esfuerzo, tiempo y dedicación».

  • Se toma el ejemplo de Pablo: «No es que ya lo haya alcanzado… sino que prosigo… olvidando lo que queda atrás» (Filipenses 3:12-14). La vida cristiana es un proceso continuo de aprendizaje y aplicación del amor.

Conclusión: El Amor, Corazón de la Vida Cristiana

El sermón concluye reafirmando que «amarnos unos a otros» es el núcleo del llamado cristiano. Es un mandamiento divino, no negociable, fundamentado en el amor sacrificial de Cristo y evidenciado por la obra del Espíritu Santo en el creyente. Este amor ágape es la prueba irrefutable de haber pasado de muerte a vida, la marca distintiva del discípulo de Jesús ante el mundo, y la única base sólida («oro, plata, piedras preciosas») para edificar una vida y una comunidad cristiana que glorifique a Dios. Aunque requiera esfuerzo, sacrificio y constante dependencia del Espíritu, es el camino indispensable para obedecer a Cristo, reflejar el carácter de Dios y demostrar la autenticidad de la fe. Como afirma el texto, «la vida sin amor es muerta». Por tanto, el llamado es claro y urgente: esforcémonos por cumplir este mandamiento supremo, amándonos «como él nos amó».

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